Apenino
Viravolta
“Viravolta” es la sexta referencia discográfica de Apenino (el proyecto en solitario del compostelano afincado en Vigo Marco A. Maril). Se trata de un mini-lp o, mejor dicho, de un vinilo en formato 10” de siete canciones que, en realidad, se debe entender como su tercer álbum (primero tras “Un rayo de sol”, de 2008). Tras estos años de silencio sólo relativo, Apenino muestra en estos siete temas (cuatro de ellos interpretados en gallego, idioma que utiliza por primera vez) un importante salto evolutivo con ventanas abiertas a la reflexión político-existencial, a poesía navegante entre el dolor y la luz e incluso a una valiente y bella versión de Camarón de la Isla desde una óptica electropop. Contribuciones de Mónica Vacas (ex Mus), Linda Guilala, Arturo Vaquero, Rafa Romero o el ilustrador Guillermo Arias contribuyen a redondear el que se puede considerar su mejor trabajo. [Este texto ha sido redactado por cortesía de David Saavedra].
Primera vuelta.
Ante todo, debo decir que soy amigo de Marco A. Maril y, por tanto, poco objetivo a la hora de hablar de su trabajo y su persona. Le conocí a finales de los 90 en un salón de actos universitario en A Coruña. Yo andaba con mis fanzines y él era integrante de Hemisferio Izquierdo, banda perteneciente a un colectivo de Compostela autodenominado La Familia Feliz. Por entonces, era aún insólito hablar de una escena indie en Galicia, y aquello enseguida me pareció llamativo e ilusionante. Más importante aún: toda la gente a la que conocí aquella noche me parecieron unas personas extraordinarias y conectamos instantáneamente. Marco también acababa de fundar un sello de corta vida, Splat, junto a María Regueira, y en sus referencias se incluía un primer CD-R de su proyecto personal, llamado Dar Ful Ful. Meses después, Xavi Font, entonces ex componente de Loopside, aterrizó en Coruña por motivos laborales. Coincidimos en conciertos y también nos hicimos amigos. Un día le enseñé aquel CD: “Tienes que escuchar a esta gente, te va a gustar”. Y así fue. O más aún. Unas cuantas noches después los presenté. Xavi se acabó convirtiendo en la otra mitad de Dar Ful Ful y ambos grabarían “El artista adolescente” en 2001. El resto ya es historia.
El humanista valiente
Me da vértigo pensar que han pasado más de tres lustros desde que nos conocemos pero, pese a la distancia y las diversas circunstancias vitales, nada ha cambiado en esencia. Nos hemos reencontrado en diferentes momentos a lo largo de todos estos años y ahora me doy cuenta de que he visto crecer a Marco como artista, siguiendo todos sus pasos más o menos de cerca. Lo recuerdo actuando solo con su ukelele y sus máquinas o con diferentes formaciones de directo, cerca de las estrellas y en la hora azul, tocando en el FIB y el Primavera Sound, en el Náutico de San Vicente do Mar y en un auditorio de la FNAC, a bordo de un barco y en el cementerio de la isla de San Simón; tuiteando sobre su equipo de baloncesto favorito, “el Obra”; o pinchando indietrónica maravillosa en el Vademecum de Vigo. Pero si tuviese que elegir una sola cosa de todas las que me encantan de Marco Apenino como músico, sería su valentía y su atrevimiento a la hora de acercarse al pop: la misma que él siempre ha valorado de artistas como Parade. Su nudismo a la hora de afrontar sus canciones y mostrarlas ante el público sin ningún tipo de miedo al ridículo es algo que me ha parecido siempre admirable. Su forma de comunicar y exponerse, la desconcertante naturalidad con que lo hace. Una humanidad que desarma sin filtros cínicos ni disfraces de ningún tipo.
Vuelta a empezar
Y esto nos lleva a “Viravolta”. Es mi disco favorito de Apenino. Hay algunas claves que considero importantes para acercarse a él: su creciente labor como diseñador sonoro trabajando con grabaciones de campo. La inclusión en los últimos años de Iván y Eva (Linda Guilala) como banda de acompañamiento en directo, y que han puesto un relevante granito de arena en la grabación. Su alianza con Rafa Romero (Raro, Árbore), con quien colaboró anteriormente en un par de discos semisecretos y el último de los cuales, “Animals Are Not Things”, tiene algo de germen de este álbum. Por ejemplo, ahí fue donde la siempre fascinante voz de Mónica Vacas reaparecía tras la disolución de los no suficientemente bien ponderados Mus. Tras el intermedio de otra colaboración en forma de postal sonora (“Postal Illa”) para el Festival Sinsal, Mónica aporta su luz vocal a dos canciones muy importantes: “Opresión” y “La leyenda del tiempo”.
¿”La leyenda del tiempo”? Sí, la de Camarón. Y aquí vuelvo a aquello del atrevimiento, que ha llevado a Marco a afrontar algo tan fácilmente tildable de sacrilegio. Sin embargo, Mónica y él reinventan este bastión del flamenco moderno con delicadeza, respeto, belleza y emoción. Es sólo el primero de los prejuicios que se podrían desmontar si uno piensa en cierta visión que se sigue manteniendo con respecto al indie pop de corte intimista: por primera vez, Marco alterna el castellano con el gallego (cuatro de los siete temas los canta en la lengua minoritaria). También aborda temas político-existenciales de forma directa (“Opresión”, “Todo aquilo”, “La estafa social”) y va más allá de las lecturas superficiales: “Conversa ultramarina” y “Mirada atlántica” pueden parecer canciones de amor más o menos sencillas, aunque en realidad encierran sentimientos de complejidad mucho más potentes, influidos por la literatura de Lois Pereiro y Julia Alonso, respectivamente, y se empañan del salitre y la bruma marina al tiempo que divisan campos electromagnéticos y suicidios industriales. Por todo ello, y por otras emociones que me transmite y que soy incapaz de plasmar con palabras, me parece una obra que, seis años después de “Un rayo de sol”, redescubre a Apenino y lo confirma como uno de los más singulares talentos del pop español. Ya os avisé de que no era objetivo.
David Saavedra, octubre de 2014